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sábado, 20 de noviembre de 2010

El Anticristo


"Quiero que quien sufra siga sufriendo. Que pierda toda esperanza y sea incapaz de pronunciar lo que siente.

Quiero que los enfermos se sientan desamparados y mueran de tristeza.

Quiero que los pobres tengan cada vez menos y los ricos cada vez más.

Quiero que todos sueñen con ser felices, pero siempre en vano.

Quiero que los condenados a muerte por inanición vean más lunas sin probar un bocado.

Quiero que a los explotados se les aumente la jornada y se les baje la paga.

Quiero que las violadas nunca olviden.

Quiero que los hippies sean torturados por la policía y que los responsables reciban medallas.

Quiero que vuelvan a torturar y crucificar a cristo.

Quiero que todas las balas sean perdidas y que todas las bombas despedacen civiles.

Quiero que todos estén juntos y que se sientan cada vez más solos.

Quiero que los adictos se desesperen sólo para encontrar su droga cada vez más cara.

Quiero que los de buen corazón sean castigados y se pudran en la cárcel mientras sus verdugos vivan en palacios."


Autor: Anónimo

¿Por qué será?


¿Por qué será que uno fabrica sus recuerdos
y luego los olvida?
¿por qué será que uno procede de algún dios
para volverse ateo?
¿por qué será que la luna tiene
una barriga blanca?
¿por qué será que cuando abro el ropero
las mangas me saludan?
¿y que tu boca dice ternuras
tan sólo cuando calla?
¿por qué será que un cuerpo virgen
tiene pezones de burdel?
¿por qué será que si decido
morir nadie me cree?
¿por qué será que los pájaros cantan
después de los entierros memorables?
¿por qué será que si beso tu beso
me siento renovado?
¿por qué será que me haces tanta falta?


Autor: Mario Benedetti.

domingo, 14 de noviembre de 2010

El lecho de muerte de Esperanza

Era una noche calurosa, y ella se encontraba tendida en su lecho de muerte, arropada por unas demacradas sabanas color trigo que reflejaban el gasto de los años. Ahí se encontraba ella, enferma y moribunda en su cama, con su estertórea respiración como única melodía de fondo. La habitación estaba casi a oscuras, iluminada por apenas cuatro velas derramadas que también parecían perder la vida. Las paredes tenían telarañas en las esquinas y estaban manchadas con algo que a primera vista cualquiera confundiría con sangre seca. En esas cuatro paredes no había nada más que un polvoriento reloj colgado de un clavo torcido, también se encontraba una pequeña mesa de noche, de madera de roble, sobre la que estaba un jarrón decorado con rostros de niños, pero sin flores. Diagonal a la cama se situaba una vieja ventana de madera entrejunta, por ella soplaba una escasa  y fría brisa. Todo esto hacía parecer aquel lugar una cripta.

Pero aquella moribunda mujer parecía no ser la única persona en la habitación, también estaba un extraño hombre sentado en un rincón, vestido con ropas de gala color marrón y de corbata roja. Su rostro no se dejaba mostrar detrás de las sombras danzantes que escapaban de las velas. Aun así se podía divisar que aquel hombre tenia un rostro anciano, arrugado como la corteza de un árbol, con una barba blanca áspera y con muchas canas en su cabello. Este misterioso hombre estaba postrado como un espectro en una mecedora que no se movía, con su enigmática mirada escondida entre las sombras, que de pronto reflejaban el fuego de las velas.

Ella, con su cara pálida y sudada por el calor de la fiebre, con las manos temblorosas y su gran cabellera castaña enredada y desarreglada, miraba el vacío de su techo, arropada en su lecho con esas sabanas color trigo tan demacradas como su alma. Sus labios estaban resecos y quebrantados como ruinas de un hogar abandonado. Su respiración se hacia mas lenta con cada suspiro. En sus ojos enfermos y enrojecidos había una expresión parecida a la del asombro, abiertos de par en par, con las pupilas dilatadas mirando fijamente hacia el infinito vació de su techo.

Entonces empieza a hablar con notable debilidad:
–– Estoy sola, siempre lo he estado menos en mis sueños… mi vida envejeció en la agridulce espera de ese gran sueño que vivía a diario en mis pensamientos. En mis sentimientos nunca encontré que todo aquello era una ilusión.
Es mejor imaginar la felicidad que vivirla –– dijo ella mientras sus ojos se aguaban –– siempre se siente mejor el amor cuando lo imaginamos que cuando lo encontramos en la realidad. El sufrimiento es mejor vivirlo que martirizarlo en nuestros pensamientos… ¿Por qué vivimos de ilusiones y de sueños? ¿Por qué nadie me enseño un camino distinto en todos estos años? ¿Cómo una niña inocente e indefensa puede elegir la vida cuando te enseñan a morir en el tiempo? ¿Por qué solo nos enseñaron la vulgar esperanza? ¡Solo fe! Y esperanza.

De pronto cierra su boca para difícilmente tragar saliva, como a quien se le hace un nudo en la garganta y continúa diciendo:
–– ¡He vivido como todos! sufriendo más por los pensamientos que por los sentimientos. Sonriendo más con los pensamientos que con los sentimientos… ¿Por que nadie se da cuenta de todo esto a tiempo? O tal vez nunca quisimos despertar de este trance por el miedo de abandonar nuestro veneno, nuestro veneno que a diario llamamos sueños. Pero no soy distinta a ti, ni a nadie, todos vivimos de la misma manera, ¡Todos somos cadáveres que intentan encontrar la vida en un mañana, ¡En un mañana que nunca llega mientras torturamos nuestro presente!

Por una pequeña esquina de la entrejunta ventana entra una gélida brisa que recorre el lugar, las velas empiezan a bailar con la brisa como pareja y con cada movimiento estas casi iluminan por completo el rostro de aquel hombre que aun estaba postrado en su atormentarte silencio. Ahora con mayor claridad se notaba que aquel hombre tenia pintada una sonrisa tosca, tiesa como la de un maniquí, casi malévola, que de pronto fue cambiando a una sonrisa de compasión ingenua, como aquel que sonríe ante la ingenuidad de un niño.

Ella, sin parpadear, aun mirando fijamente el oscuro vacío de su techo continua hablando:
–– ¿Por que la esperanza es tan vulgar? He fracasado tantas veces en mi vida y siempre me he levantado para volver a caer. A pesar de que nunca perdí la esperanza mi vida ha sido miserable. Fui ingenua y todos me traicionaron por ello, hasta mis pensamientos e ilusiones me han traicionado. Dios también me ha traicionado, y al parecer ni siquiera el Diablo se ha aparecido para llevarme con él –– dijo mientras volteaba para mirar hacia aquel anciano de sonrisa misteriosa ––

Pero aun así nunca perdía la esperanza ––continuó ella diciendo ––. La ilusión y la esperanza eran la mascara que siempre usaba para cubrir el rostro del amargo y continuo sufrimiento. Cuando estaba derrotada siempre imaginaba un futuro mejor junto a muchas personas buenas, junto a dos hijos hermosos, y junto a un esposo que me amara plenamente en un lindo hogar… eso me hacia sonreír para poder continuar.

El hombre de rostro anciano se levanta de la vieja silla. Las sombras vuelven a tapar completamente su misterioso rostro mientras vuelve la cabeza hacia ella y le dice con una voz susurrante:
–– El hombre se ha perdido a si mismo en la esperanza… la vida nunca llegara mañana, el cuerpo es la celda que los convierte en cadáveres, y los sueños son la prisión de sus desesperadas almas... no existe juez, ni nadie a quien condenar.

Ella, con la mirada de vuelta al vacío, inhala con profundidad y dejando salir varias lágrimas y dice:
–– Por primera vez no tengo esperanza, y por primera vez no siento miedo… mi vida ha sido una ilusión muy lejos de la realidad. Al igual que la vida de todos los ilusos que aun viven en este mundo. Todos están acompañados pero siguen estando solos fuera de sus pensamientos, fuera de sus miserables sueños. No se quien soy, no se que es todo esto… pero siento que he abierto los ojos por primera vez y para siempre. Ya es demasiado tarde, pero ahora que he perdido toda esperanza por fin no tengo miedo, la esperanza fue mi único veneno, un veneno lento y despiadado ¿que irónico no? dicen que la esperanza es lo ultimo que se pierde, y cuando la pierdes es cuando te das cuenta que era tu mayor maldición... ahora solo quiero que todo termine.

Al terminar de escuchar aquellas palabras, aquel hombre la miró fijamente desde las sombras, su rostro ahora pinta un paisaje helado, mas escalofriante. Pasaron no mas de dos minutos en el reloj de pared sin que nadie se moviera en aquel tétrico lugar, luego el hombre se desvaneció en el aire, tal como si se tratase de una figura de humo o un fantasma desapareciendo.

Esa noche de febrero Esperanza de 33 años de edad murió con lo ojos abiertos, nunca los volvió a cerrar, y en su lecho de muerte siempre estuvo sola… nadie lloró su cuerpo, y nadie asistió a su funeral.

Autor: Zaratustra.

El flujo de la existencia

Hay sensaciones que si pudieran durar por el resto de nuestras vidas nos ahorrarían un montón de desdichas, pero nada en la vida es estático, todo tiene que cambiar y moverse mientras se tenga vida. Por eso el reto está en nunca dejar de moverse... pase lo que pase nunca detener por nada ni nadie el flujo de nuestra vida.

Zaratustra.